martes, 27 de enero de 2009

¿Quién muere?

Esta semana han vuelto a hacer un recorte de personal en la agencia de publicidad en la que trabajo. Estamos de luto por los compañeros con los que no volveremos a compartir el día a día. Pero también estamos de luto por lo que éramos y ya no volveremos a ser.
Así que mi único consuelo hoy es pensar que todo sirve para algo. Me lo ha enseñado Mario Benedetti...

¿Quién muere?

Muere lentamente quien se convierte en esclavo del hábito, repitiendo todos los días el mismo trayecto. Quien no cambia de marca, no arriesga a vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las íes a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en si mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.

Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar. Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.


sábado, 13 de diciembre de 2008

la navidad existe

La navidad deja de tener sentido cuando te enteras de que papá noël son los padres. Ese día pierdes la inocencia. Dejas de creer en la magia. Te echan de la infancia con un "¿no lo sabíaaassss?".
A la tristeza de la noticia se sobrepone la inmensa alegría de sentirte muy mayor. Ahora formas parte de los que "ya" lo saben. En ese momento te parece una suerte. Pero cuando eres mayor de verdad te das cuenta que perder la ilusión tan pronto es una desgracia.

Yo pensaba que nunca volvería a recuperarla. Pero me equivocaba.
Ahora, a mis 30 años, la inocencia ha vuelto a entrar en mi vida. Tiene sólo 10 meses, gatea con torpeza y esta mañana estaba alucinado viéndonos montar nuestro primer árbol de navidad. En el CD Frank Sinatra cantaba un bucólico Silent Night, yo intentaba retener las lágrimas de emoción, javi estaba concentrado poniendo las luces del árbol y lucas no podía apartar la mirada de las bolas que yo iba colgando. Lo de las bolitas redondas y brillantes le ha gustado tanto que ha empezado a quitar las que yo ponía para intentar recolocarlas él mismo (sin éxito). Cuando se ha dado cuenta que ya no quedaban bolas para colgar, ha ido a buscar su pelota, ha dicho "tatá" para que le mirase, ha hecho la sonrisa más grande que ha podido y entonces... ha intentado colgar su pelota, brillante y redondita en el árbol. 
En ese momento las lágrimas han dicho que ya no se aguantaban más en mis ojos. Y me he lanzado sobre mi pequeña inocencia de 10 meses para comérmela a besos.

martes, 2 de diciembre de 2008

pasillo de hospital

Ser pasillo del hospital debe ser horrible.

Allí se arrastran los  pasos de los familiares al dirigirse a la habitación de un enfermo. Se habla con los médicos en voz queda. Se llora a escondidas. Se secan las lágrimas antes de abrir una puerta. 
En los pasillos del hospital, huele a  hospital. 

Pero antes o después, todo el mundo abandona esos pasillos. Sonriente, tembloroso, muerto. Da igual. Siempre se acaba deshaciendo el camino. Si hay suerte hasta la próxima vez.
Pero hay alguien que nunca se cansa de vagar por allí.

La muerte pasea a sus anchas. Curiosea entre los enfermos, asusta y juega, viene y se va. 
Camina frente a las puertas entreabiertas, y cuando le apetece, entra en una habitación. Sin llamar...
Y si le gusta, se queda. 

Por eso no me gustan los pasillos del hospital.
Porque te puedes encontrar gente con quien no te apetece encontrarte.


jueves, 20 de noviembre de 2008

Se peinó

La mujer se peinó. Sus cabellos blancos fueron atravesados por el peine. Sucio. Sucios. Sucia.
Y se miró al espejo. Sucio. El espejo también estaba sucio.
Y mientras se miraba, volvió a peinarse.
Sentada entre sus cosas. En una carretilla llena de papeles.

Un tupper con agua, su grifo de agua corriente.
Un espejo redondo, su tocador.
Un peine sucio, su peluquería.

Los paseantes la miran. Y ella, ajena a las miradas, se concentra en la triste imagen que le devuelve el espejo: piel curtida, ojos tristes, boca pequeña.
La soledad ante el espejo. La pobreza poniéndose guapa.

lunes, 10 de noviembre de 2008

los oasis de silencio

Los oasis de silencio son lugares corrientes. Normalmente están llenos de coches, de música, de perros ladrando, de niños que juegan... Estamos en ellos cada día, pero no los distinguimos porque están abarrotados. Abarrotados de ruido.

Pero de repente, un día, sucede. La calle se queda sin coches, todo el mundo se calla, no se escuchan ni siquiera, unos tacones. En la jungla del ruido, se hace el silencio. Y ese trozo de calle, ese rincón de tu casa, ese pasillo del metro, ese lo que tú quieras, se convierte en tu oasis particular. Un lugar donde sólo escuchas tu respiración. Donde todo late a un ritmo más lento. Donde incluso el reloj se detiene para no estropearlo todo con su tic-tac.

Pero esa magia dura un instante. Sólo uno. Por eso es tan valiosa.
Enseguida vuelve a pasar un camión, el niño vuelve a llorar, los teléfonos vuelven a sonar. 
El silencio es muy frágil. Tan frágil que se rompe con sólo decir su nombre. 

miércoles, 22 de octubre de 2008

taparse los oídos

Cuando éramos niños y no queríamos escuchar algo, bastaba con taparnos los oídos y decir: "lalalala". 
Éramos niños. Lo podíamos hacer.
De mayores, todo cambia. Incluso esto. Si alguien dice algo que no te gusta, tienes que ser educado y escuchar. No quiero imaginar la cara del que habla si nos tapáramos los oídos y "lalalalala"...
Pero hay días, en que, aunque no quieras, lo oídos se te tapan. Y no puedes hacer nada por destaparlos. Y te encuentras escuchándote a ti mismo tooooodo el día. Un ratito está bien; siempre es bueno escucharse. Pero llega un momento en que te cansas de ti mismo. Acabas encontrándote pedante, aburrido, incluso maleducado. Porque como sólo te oyes a ti, te parece que hablas más fuerte que los demás. Y a esto yo lo llamo prepotencia.
Quizá, cuando nuestro cuerpo nos quiere dar una lección de humildad, nos tapa los oídos y nos hace escuchar las tonterías que decimos. Así, aprendemos a medir nuestras palabras y nuestro ego.

martes, 21 de octubre de 2008

escapar de uno mismo

A veces parece que el alma se escapa de tu cuerpo. Tu cabeza hace mil cosas, con una facilidad y una eficacia increíbles. Pero cuando tomas consciencia de ti misma, te das cuenta que sigues tumbada en la cama con el termómetro bajo el brazo. Y entonces piensas: "¡quiero escapar!"

Hoy me he dado cuenta de que soy prisionera de mi cuerpo. Me cuesta respirar pero ya he imaginado que iba y volvía muy lejos. Me cuesta moverme pero yo ya he escrito millones de palabras. Me cuesta abrir los ojos, pero hoy ya he visto muchas cosas nuevas.

Hay un momento en que crees que eres libre. Pero todo es una farsa. Es imposible escapar de uno mismo. Tenemos la piel pegada al alma. Y eso, no hay quien lo separe. 

martes, 14 de octubre de 2008

Tiempo muerto

A veces me gustaría pedir tiempo muerto. 
Un minuto de reflexión, detener mi vida y pensar. Pensar.
¿Lo estoy haciendo bien? ¿Me va a ganar la vida por goleada o aún tengo opciones de marcarle algún gol? 
Me gustaría tener un entrenador que me dijese: "cuidado, las emociones se te desbordan por la banda", o bien "ataca los problemas de frente", o simplemente que me alentase "muy bien, muy bien, lo estás haciendo muy bien".
¿Quién no necesita que le corrijan los errores? ¿Que le digan cómo lo está haciendo?
¿gana alguien en la vida? ¿O  jugamos un amistoso en el que los goles no cuentan?
Necesito tiempo muerto.
Necesito un entrenador. 


viernes, 10 de octubre de 2008

¿Quién se come a quién?

Algunos días te comes el mundo. Te subes a los tacones y desde allá arriba cualquier problema parece más pequeño. Te pintas los ojos y sólo ves el lado bueno. Hablas alto y cualquier cosa que dices se magnifica. El "yo puedo con todo" se convierte en una bandera que eclipsa miedos, culpas e ineptitud.
Esos días no tendrían que terminar nunca. Porque te hacen crecer el alma.
Pero se acaban. Y no sólo eso. Suelen dar paso a días peores.

Días en los que es el mundo el que se te come a ti. Con patatas, pimientos y si me apuras, con salsa rosa, que es malísima. Todo se vuelve en tu contra, los escalones son abismos y si intentas servir la sopa, se derrama entera. Eres un diminuto. Pero te gustaría que nadie supiera dónde estás. Aunque, curiosamente, ese día todo el mundo te exige. Y tú apenas consigues encontrar fuerzas para pestañear. Porque te aprieta hasta la piel.
Lo mejor de estos días es meterse en la cama y cerrar los ojos.

Si sólo pudiéramos levantarnos sabiendo quién se va a comer a quién... Podríamos saber si nos vamos a caer de nuestros zapatos o si andaremos a un palmo del suelo. Y al menos escogeríamos mejor el calzado.

domingo, 5 de octubre de 2008

el embalse gotea

Los ojos son como un embalse. Siempre están llenos de agua.
Tú vives tan tranquilo pensando que el embalse está bien sellado, pero a veces ves algo, o a alguien, que clava una agujita en tu muro de contención y deja escapar unas cuantas gotas.
Y de repente te encuentras en medio de la calle llorando sin sentido.
Como si te hubiesen pinchado el alma.
Con la cara mojada y el corazón encogido, intentas entender qué te pasa, te sorbes un poco los mocos, secas tus lágrimas con la chaqueta y sigues tu camino.

Y cuando compruebas que no te ha sentado nada mal llorar un ratito, entiendes por qué a veces tienen que vaciar un poco los embalses. Porque si están demasiado llenos, pueden desbordar. 
Como las emociones. 
Ellas también se pueden desbordar. 

martes, 30 de septiembre de 2008

¿Quién cuida a las palomas?

Ahora ya lo sé.
Hoy lo he visto.
Es un señor de pelo blanco. Una calva detrás de las orejas, unos 80 años y una chaqueta azul marino. Un poco grande, por cierto. Anda un poquito inclinado hacia delante, quizá para estar más cerca de ellas. Las manos muy arrugadas, los ojos sonrientes, la boca serena.
Es el señor de las palomas.
Se encarga de guardar las migas de pan duro que han quedado en su casa, quizá incluso las pide en la panadería, las pone en una bolsa y va a la plaza de la concordia. Al verle, las palomas correvuelan a su encuentro.
Por puro interés. 
Comen, y gorgojean. Porque también saben dar las gracias.

Estas cosas te recuerdan que cada uno tiene su lugar en el mundo. Su función.
Me alegra saber que hay gente que piensa en las cosas que yo no pienso...

domingo, 28 de septiembre de 2008

Hola-qué-tal?

No es lo mismo decir buenos días que desearle a alguien un buen día.
Ni es lo mismo decir "hola-qué-tal?" que preguntar: "¿Qué tal estás?".
Pasamos los unos frente a los otros sin mirarnos a la cara. 
Si nos olvidamos de nosotros mismos, ¿cómo no vamos a olvidarnos de los otros?
Qué pena, ¿eh?
¿Este es el mundo que queremos? 

viernes, 26 de septiembre de 2008

despacito, el verano se va

Hoy casi no queda nada del verano. Puede que unas chancletas que hoy te has puesto por equivocación y que te han hecho pasar frío todo el día. Puede que una foto en el fondo de escritorio. Puede que una postal en un cajón.
O quizá ni eso.
El verano se va.
Nos deja hasta el año que viene y con su marcha se nos van la alegría, la libertad, las terrazas y las claras.
El verano se nos va y aún tardaremos 9 meses en recuperarlo. Y vendrá el otoño y sus lluvias, el invierno y sus bufandas, sus constipados y su frío en la mañana.
Y cuando ya pensemos que estamos cerca, aún tendremos que pasar por la primavera y sus flores azules.
Pero llegará un día, que sin darnos cuenta, los días se estirarán, los cielos serán más brillantes y las noches más mágicas.
Y entonces nos alegraremos de haber esperado tanto tiempo para volverlo a ver. Porque si las cosas buenas fueran eternas, no las apreciaríamos tanto.
Además, y pensándolo bien, hace mucho que no me tomo un chocolate caliente... (con churros!)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

1 de diciembre

Un día, no sabes bien bien cómo ni porqué, descubre que es 1 de diciembre. Y sin quererlo, te sorprende.
Te sorprende porque piensas que ayer era lunes, cuando resulta que hoy es domingo. Te sorprendes cuando ayer era verano y hoy llevas cuello alto. Te sorprende cuando pensabas en dónde ir en vacaciones, y ahora piensas en dónde ir en navidad.
Llega un momento del año en que el tiempo se descontrola, se te escapa de las manos y, sencillamente, fluye. Los días son muy cortos, el sol apenas calienta, las mantas roban los domingos, la pereza te impide salir.
Los días son más tristes cuando llega diciembre.
Cuando piensas que ya ha pasado un año más, cuando intentas recordar lo que has hecho lo últimos meses y te quedas en blanco.
Cuando hace más de 2 meses que no te tomas una clara en una terraza, es que es 1 de diciembre.

Aeropuertos

Un aeropuerto es un lugar invisible.
Invisible porque las personas están sin estar en ningún lugar. 
Están de paso. En un trámite. Un trámite de hormigón.
Un aeropuerto es un lugar donde no paran de suceder cosas, aunque en realidad no suceda nada.
Es un proyecto, un lugar donde se habla del futuro o del pasado. Pero nunca del presente. Nadie dice "ey, vamos a pasar la tarde al aeropuerto!".
No. El aeropuerto es una imposición.
La gente se aburre. Y en el fondo, muchos están aterrados por tener que volar. Y llaman a sus parejas, sus madres, sus hijos, o sus mejores amigos. A quien sea con tal de poder escuchar por última vez una voz querida.
Sí, es un lugar invisible porque no existe en las mentes de la gente. Porque se traga el tiempo. Porque preferirías que no existiera. 
El aeropuerto une dos puntos. Pero nadie se une a él.

Los cuarenta y un día

Cuentan que a los cuarenta y un día todo cambia. Que empieza la segunda parte del partido, que mucho ya está decidido y que poco se puede hacer por cambiar.
A los cuarenta y un día estás más cerca de los 50 que de los 30.
¿Cuántas cosas duran 40 años? ¿un libro? se pone amarillo. ¿Un vestido? pasa de moda. ¿una casa? se tiene que reformar.
A pocas cosas se le supone una longevidad superior a los 40. Entonces, ¿por qué al alma sí?
¿De qué material estamos hechos los hombres para resistir tanto tiempo? ¿Y por qué, de repente, un día caducamos?
A los 40 y un día muchas cosas ya se han estropeado.
Y sólo tienes media parte para intentar repararlas.

¿Qué será de nosotros?

¿Qué será de nosotros cuando se nos acabe la juventud? ¿Cuando apenas tengamos fuerzas para andar? ¿Cuando lo que fuimos sea más importante que lo que somos?
¿Qué será de nosotros cuando ya no seamos ni niños, ni jóvenes, ni adultos ni siquiera maduritos? ¿Ancianos? ¿Abuelos?... ¿Viejos?
Pensaremos distinto, hablaremos distinto, viviremos distinto.
Con las vida a la espalda todo se debe ver diferente.
Cuando todo te duele, no debes sentir nada... sólo pena.
¿Qué será de nosotros cuando sólo seamos un recuerdo?
O peor aún. ¿Qué será de nosotros si ni siquiera somos un recuerdo?

Las mañanas son perezosas

Y tardan en despertar.
Abren un ojo, y al ver toda la tristeza que les depara el día, vuelven a cerrarlo. ¿Quién tiene prisa por sufrir?
Perezosamente, las mañanas se levantan. Van iluminando las calles, zarandeando despertares, retirando fundas nórdicas de los cuerpos blanditos.
Las mañanas saben a café y al "tinc" del microondas.
Frías, vacías, duras. Recordando un abrazo de la noche anterior.
Y mientras el agua se desliza por tus mejillas, el día coge la forma de todas las cosas que has de hacer hoy.
Las mañanas huelen a cremitas y a colonia. A ropa limpia y a obligaciones. A rutina y a curiosidad. ¿será hoy mejor que ayer?
Abre los ojos y espera.

Como lágrimas en un tobogán

Así son las gotas de lluvia cuando llegan a un cristal.
Se detienen un instante, miran a través de la ventana, se convierten en voyeurs durante un instante de suspenso, y luego lloran. Se deslizan por su corta vida y se arrastran irremediablemente hacia el suelo. Intentando aferrarse a una vida tras un cristal, huyendo del ciclo vital al que es condenada cualquier gota de agua, que hoy es lágrima en un cristal pero antaño fue lágrima de una niña triste, cuyas gotas saladas fueron evaporadas y empujadas por el viento hasta mi ventana.
Porque la tristeza tiene diferentes motivos, pero siempre adopta la misma forma.
Lágrimas.
Furtivas, incontroladas, desconsoladas o incesantes.
Pero al final, siempre acaban deslizándose por un tobogán, ya sea en la mejilla o en el cristal. Porque aunque uno esté triste, jugar un poco consuela mucho.

Cuando una madre conoce a su hijo

¿Qué extraña magia surgirá cuando le coja la manita?
¿Cuando abra los ojos y la mire?
¿Qué pasará cuando la madre le de el primer beso? ¿cuando lo meza en sus brazos? ¿Cuando huela su piel?
¿Qué sentirá cuando su hijo ya no sea una imagen abstracta sino una foto en la retina, una marca en el corazón, una manita que ya nunca soltará su dedo?
Llega un día en que madre e hijo se miran por primera vez. Y ya nunca lo olvidan.