jueves, 20 de noviembre de 2008

Se peinó

La mujer se peinó. Sus cabellos blancos fueron atravesados por el peine. Sucio. Sucios. Sucia.
Y se miró al espejo. Sucio. El espejo también estaba sucio.
Y mientras se miraba, volvió a peinarse.
Sentada entre sus cosas. En una carretilla llena de papeles.

Un tupper con agua, su grifo de agua corriente.
Un espejo redondo, su tocador.
Un peine sucio, su peluquería.

Los paseantes la miran. Y ella, ajena a las miradas, se concentra en la triste imagen que le devuelve el espejo: piel curtida, ojos tristes, boca pequeña.
La soledad ante el espejo. La pobreza poniéndose guapa.

lunes, 10 de noviembre de 2008

los oasis de silencio

Los oasis de silencio son lugares corrientes. Normalmente están llenos de coches, de música, de perros ladrando, de niños que juegan... Estamos en ellos cada día, pero no los distinguimos porque están abarrotados. Abarrotados de ruido.

Pero de repente, un día, sucede. La calle se queda sin coches, todo el mundo se calla, no se escuchan ni siquiera, unos tacones. En la jungla del ruido, se hace el silencio. Y ese trozo de calle, ese rincón de tu casa, ese pasillo del metro, ese lo que tú quieras, se convierte en tu oasis particular. Un lugar donde sólo escuchas tu respiración. Donde todo late a un ritmo más lento. Donde incluso el reloj se detiene para no estropearlo todo con su tic-tac.

Pero esa magia dura un instante. Sólo uno. Por eso es tan valiosa.
Enseguida vuelve a pasar un camión, el niño vuelve a llorar, los teléfonos vuelven a sonar. 
El silencio es muy frágil. Tan frágil que se rompe con sólo decir su nombre.